Así podría haber titulado Bujold a "El juego de los Vor", una entrega de la saga que vuelve a tener a Miles como protagonista, pero que por encima del personaje está el irremediable ascenso que se intuía y merecía.
Es lógico, no se puede mantener como alférez a un enano deforme que de la nada se erigió como comodoro/almirante de una flota de mercenarios sin ni siquiera usar su verdadero nombre.
En el transcurso de la historia el personaje de Miles, como siempre, va haciendo "amigos" de acá para allá. Amigos que
Lois McMaster va recogiendo sabiamente para ir tirándoselos a Miles cuando éste tiene sus planes encarrilados, aunque a decir verdad también se los suelta en algunos momentos peliagudos para dar más dramatismo al asunto.
La novela comienza cuando Miles sale de la academia militar y le destinan a una estación meteorológica donde básicamente le piden que aprenda a obedecer, tras unos acontecimientos en el lugar de destino, se ve "encarcelado" por la Seguridad de Barrayar.
Pero quiere el la prominencia que requieran los servicios de Almirante Naismith para unas tareas de espionaje, donde debe respetar las órdenes de Ungari. Todo según lo previsto excepto cuando la historia se vuelve un tanto caprichosa y se ve envuelto en una guerra táctica con un oponente de su
altura. Y hasta aquí puedo leer.
"Este lugar me ha enseñado que no soy más que la intermediaria entre la tecnología y el paciente. Y como ahora no tengo tecnología, no soy nada"